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Carlos Pedro Vairo
Explorador - Escritor - Historiador - Investigador- Museólogo
Carlos Vairo

Expedición Callas

En una de las guardias, cruzando el Pasaje Drake con dirección a las islas Shetland del Sur, me preguntaba, entre otras cosas ¿Cómo había empezado todo esto?  

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La situación no era de las más agradables y hasta los más duros sentíamos el rigor del Drake.

Así es como sentado a la mesa, con un plato de comida sobre una carpeta antideslizante, me constituí en el único de a bordo que se presentó a cenar.

 

Situación un tanto deprimente si además se es el cocinero y veía como el trabajo de hacer carne a la cacerola, tratando de mantener el equilibrio y no lastimarme en cualquiera de los bandazos, iba a terminar de alimento a los peces. Me faltaba una hora para tomar la guardia al timón.

 

Por suerte esto se hacía en el interior del barco dado que cuenta con una excelente timonera cubierta.

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Mirando desde la timonera al exterior veíamos como un cielo gris se unía a lo lejos, en una indefinida línea del horizonte, con un plomizo mar cubierto de olas y espuma blanca.

Los rociones de agua helada llegaban hasta la popa. Las olas se acercaban casi de través al barco.

La cresta rompiente me hacía abrir los ojos y mirar con gran expectativa mientras pensaba : “Romperá arriba del barco o será  capaz de subir hasta la cresta?

Así, pendientes de que las 18 toneladas del Callas suban lo suficiente, se sentía un suave cachetazo que indicaba que todo había pasado. A eso le seguía un profundo rolido, y luego de la correspondiente zaranda, había que compensar con el timón y nuevamente fijábamos la vista al horizonte para buscar otra ola.

Si... es el clásico momento en que todo navegante se pregunta «Que hago aquí? ¿Cómo y en que momento se me ocurrió meterme en esto?

Callas

Todo esto comenzó concretamente cuando una noche, después de una regia cena con abundante vino en los ventisqueros chilenos, Jorge Trabuchi dijo: "Y la próxima navegación va a ser entre los hielos de la Antártida"

Inmediatamente levantamos las copas y brindamos afirmando que hasta la Antártida nadie nos iba a parar.

 

La noche era espectacular, con hielos y glaciares por todas partes. Habíamos vivido uno de los días más hermosos de nuestras vidas navegando entre los hielos rotos del Glaciar Garibaldi de la Cordillera Darwin.

 

Un par de témpanos grandes nos hicieron imaginar como sería todo eso. Lo único que nos quedaba era ir a sacarnos la duda.

 

Así que allí estaba yo, solo nueve meses después, pariendo semejante brillante idea frente a un plato de carne a la cacerola, junto a una mesa desierta, en una de las cocteleras mas caras que puede haber en el mundo.

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Excusas o motivos.

¿Por qué no? Tal vez sería esa la respuesta correcta, o por lo menos la que más me hubiese gustado dar en cada una de las oportunidades que me preguntaron:  ¨Por qué ir a la Antártida?

Motivaciones puede haber muchas, todos las teníamos y, en algunos casos, coincidían.

Pero si hay algo que es importante dejar en claro es que ninguno de nosotros fue para batir un récord, o con el afán de realizar una proeza, aunque sí existió el desafío deportivo.

Cuando exponíamos el proyecto ante las autoridades navales, gubernamentales y en especial en la Dirección Nacional del Antártico o en el Instituto Antártico, nos miraban como si fuéramos inconscientes que queríamos desafiar las leyes de la naturaleza y que por eso nos largábamos a la conquista de la mayor latitud sur a la que pudiéramos llegar en un indefenso velero.

Aún luego de regresar, y ya planeando una estada más larga en la Antártida, muchos nos miran como si estuviéramos mentalmente perturbados.

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Como entusiastas en la navegación por mares australes era algo natural pensar en la Antártida y no haríamos otra cosa que recorrer la provincia a la cual pertenecemos.

Solo sabíamos que mucho se a hablado del Drake, bastante menos se ha escrito, pero las versiones eran por demás diferentes.

 

Algunos hablan de vientos huracanados con olas de 20 metros, cuando otros comentan de suaves brisas y un mar como el aceite. A esto saltaba la clásica pregunta: Cual sería la realidad?. Puras exageraciones o las dos versiones tendrían algo de verdad?

Desde el Club Náutico veíamos, verano tras verano, como veleros franceses y de todas partes del mundo, zarpaban hacia el continente blanco y volvían un tiempo después, contando las más insólitas experiencias.

Incluso hubo algunos que dejaron el barco abandonado y se tomaron el primer avión para no regresar nunca más.

 

Recuerdo de un solitario que decidió suicidarse con una bengala, otro se cayó del tope del palo y así miles de historias.

 

Pascal, del «Scherzzo», iba año tras año y nos contaba que le encantaba el lugar para tocar el piano que llevaba en la dinette.

 

Cada loco con su raye, pero de argentinos sabíamos muy poco; solo lo relatado por Gustavo Díaz y por Hernán Álvarez Forn que fue el primero en cruzar el Drake y visitar la península con un velero deportivo, de pequeñas dimensiones y equipado sencillamente.

Así fue como decidimos, en lo posible, armar una tripulación de «fueguinos» (y/o residentes) que quisieran recorrer parte de su provincia: Provincia de Tierra del Fuego, islas del Atlántico Sur y Antartida.

 

Con el correr del tiempo las pretensiones bajaron y nos conformamos con armar una tripulación «patagónica», con un invitado de Buenos Aires. De esa forma sería el primer velero argentino, con asiento en Ushuaia, que visitara otra parte de su provincia.

A eso se le fueron sumando otras motivaciones, como la de tratar de re-editar el periplo que hiciera hace 90 años la Corbeta «Uruguay», cosa que solo cumplimos en parte. Mi interés particular era poder palpar «in situ» lo que vivieron balleneros y foqueros del siglo pasado y muy especialmente los lugares que exploró el Dr. Charcot en sus dos invernadas antárticas (1903 y 1908).

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Pero saqué una importante conclusión para mi: “Es como haber viajado a otro mundo; del cual podes salir corriendo o te enamoras y lo único que deseas es volver y estar en  él. 

Así que investigue mucho y vi que esa zona era recorrida por balleneros año tras año, lo que me llevó a investigar con gran interés y dedicación sus recorridos y sus asentamientos, además de sus pueblos de  origen.  

Dado que no trabajaban desde una factoría, eran casi nómades persiguiendo las ballenas y buscando lugares para faenar;  teniendo puntos muy importantes como Enterprise Island.

Fueron hermosos años de exploración e investigación que se volcaron en el Museo Antártico  José María Sobral, así como en libros y exposiciones tanto en Europa como en provincias litoraleñas.  

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